VELORIO
La elocuencia se abre
en la boca del cadáver.
Como la única palabra
que le gana a la palabra.
A todo diccionario
y frondosos vocabularios.
Nunca hay más vida
que en un muerto.
Jamás una verdad
que sea más verdad.
Una mejor denuncia
contra el mundo.
Una mayor miseria
de la vida.
¿Quién dice que los muertos no hablan?
Oigan las voces del abismo
A cuyo borde creció
este árbol sin hojas.
Estirando sus brazos
de esqueleto al vacío.
Del misterio, del tiempo, de la nada.
Helado brindis
de una victoria.
Espuma de congoja
sobre la ira.
Que huye por las alcantarillas
De la resignación.
Y tiende en el féretro,
Entre luminiscentes alegorías.
La inmóvil arquitecta
de la vida y de la muerte.
Más de la vida,
Terrible, cuando calla.
Como en el reposo del océano,
o en el silencio del cielo o del volcán.
Aquí también yace
la elocuencia del crepúsculo.
Miren a dónde apuntan
estos dedos.
Y las cosas que dicen
los labios del difunto.
Dios es mudo,
¡pero el cadáver es un relámpago!
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