martes, 1 de marzo de 2016

Al hombre de los aforismos‏



A Raúl Gálvez Cuellar, por desnudar el universo
con su palabra comprometida.

Hombre de rolliza estatura y gravitante saber, 
de semblanza austera y franca, 
afianzada sobre una montañosa barba, 
que esconde el mundo con sus labios lisonjeros, 
que cuando hablan, fluyen voces de emotiva rebeldía 
confesando ideales exactos en la rebelión 
de sus pensamientos. 

Sus ojos, dos luceros luminosos 
sujetados en esas órbitas lunares 
que son tus anteojos limpios 
que reflejan el prado de dos anchos patios... del mundo. 

Su larga melena, un ritual clásico de estoico vate 
y su espíritu una travesía sin límites. 
Sobre su cabeza reposa un sombrero 
como aureola que da sombra a su ideario voraz, 
ese es Raúl Gálvez Cuéllar, el caminante del aforismo, 
que juega como un niño grande en su Gato Egipcio, 
y celebra sus pintorescas andanzas de educador 
en su Yerbabuena; un lazarillo del verso y la sentencia, 
en cuya espuma fresca reposa sus pies descalzos, 
en cuyas manos se esculpió la arcilla de su niñez, 
en cuyos brazos levantó la bandera y el libro, 
en cuyas páginas hoy se sujetan sus años, 
en cuya libertad se acuñará su palabra 
y en cuya realidad jugará el Sosiego de Dios 
en el estoico laberinto de su pluma. 

 Del Libro "Alas para el tiempo" de Oscar Castillo Banda.




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